Sé que no todo es luz en mi vida. Hay también momentos de oscuridad. Silencios y miedos. A veces siento que no estoy a la altura de lo que me toca vivir. Acaricio mis carencias y torpezas cada día. Sé que no puedo solucionar todos los frentes abiertos. No puedo doblegar la amargura, ni oscurecer la tristeza. No puedo decidir lo que ahora necesito, porque a lo mejor no es lo que me conviene. No puedo inventarme días sin tormentas, porque quizá bajo la lluvia puedo aprender a dar algunos pasos.
Mis límites me han hecho llorar muchas veces. Pero sé que sólo puedo elegir lo que vivo. Y amar lo que elijo. Aceptar que no todos los caminos pasan por un valle lleno de flores. Y seguir la senda trazada por el amor de Dios en mi alma. Confiar en un amor más hondo que me sostiene. Y comprender que mi amor crecerá y madurará en cada lucha.
Es Dios quien me ha hecho como soy. Con fisuras e incompleto, frágil y pequeño. Me ha levantado como su niño en medio de mis miedos. Ha llenado de paz todas las rendijas de mis incoherencias y me ha dicho que puedo seguir remando y confiando en las tierras lejanas que aún desconozco. Y, a la vez, quedarme quieto y confiar que allí donde me quede brotarán hondas raíces.
Vivo de los éxitos que se anudan a mis fracasos. Y compongo una sinfonía con notas disonantes que no siempre encajan en mi gama de colores. Abrigo sueños imposibles que alimentan el fuego de mi alma. Me canso como todos al intentar subir cada día el mismo monte. Escribo en páginas blancas desmenuzando el alma sin cortapisas ni vergüenzas. Acaricio las nostalgias que a veces despiertan tristezas. Y río incluso con cierto llanto, porque todo me emociona.
Tengo en la piel esa marca de la vida que pasa. Cicatrices y heridas. Y confío en que la tarde dará paso a la vida. No lograré dejar de sentir. Porque las emociones son parte de mi alma, de mi historia. No quiero pasar de puntillas por este mundo, sin dejarme el corazón hecho jirones. Dios sabe que la mejor historia es la del que ama. El mejor sueño es el de aquel que no se busca a sí mismo y vuela lejos. El mejor corazón es siempre el que está más abierto y roto, dispuesto a amar hasta el extremo.
Una vez más he escuchado su Voz en medio de mis miedos cuando no soy capaz de sostenerme a mí mismo. He querido renovar mis más verdaderos anhelos. Y he repetido mi sí mil veces. He sentido en mi piel la caricia de su mano. Y se han alejado de mí las sombras y las nubes que enturbiaban mi ánimo llenándome de tristeza.
He acariciado sus manos entre las aguas sosteniéndome cuando me hundía. He querido descender al lago y navegar sus mares. Entre aguas serenas o turbulentas. He descubierto cielos nuevos, surgiendo en medio de la noche. He querido volar como un águila, pretendiendo abarcar con mis alas el mundo entero. Con la fuerza de sus palabras que me impulsan a dar la vida, como Él la dio.
He visto más de lo que mis ojos podían retener. Guardo en mi corazón las palabras que me ha dicho en medio de mis noches. Cuando más lo necesitaba. Cuando menos lo esperaba. Me ha sorprendido de nuevo su forma de acercarse a mi alma sin hacer ruido. Respetando mi libertad y mis tiempos. Ese Jesús que ha navegado en la profundidad de mis sueños y miedos, mostrándome anchos horizontes. Y me ha dicho al oído que no tema. Que Él no se baja de mi barca.
Llevo su rostro impreso en mi alma, para no olvidarme nunca de su mirada. Llevo su voz grabada en mi garganta para hablar con su esperanza a los hombres. Llevo su presencia inscrita en mi corazón para caminar con Él y navegar sus mares sin temer las tormentas. Llevo su alma en mi propia alma para pertenecerle por entero. Llevo sus silencios guardados muy dentro, silencios que vencen mis ruidos. Llevo el polvo de su tierra, el olor de su aire, el amor de su entrega.
Quiero que su querer sea el mío. Quiero dormir tranquilo recostado en su costado abierto. No sé si algo dentro de mí habrá cambiado en lo más profundo. Seguro que de tanto andar, oír, besar, decir y amar, algo, no sé muy bien cómo, acabará cambiando en mi interior. Y seguiré siendo el mismo hombre. El mismo peregrino en busca de respuestas. Seguiré siendo yo mismo, entre lágrimas y risas, enamorado de la vida, de la tierra y del Cielo. Y, al mismo tiempo, seré más niño, más de Dios. Con un fuego ardiendo en lo más profundo. Su fuego. Alma de mi vida.
Me he revestido de esperanza. He pensado y he soñado, levantar el vuelo o caminar despacio. Apuntar las cosas que se me olvidan para recordarlas siempre. Olvidar las ofensas para no mantener el rencor en el alma. Ese rencor que tanto duele. Pintar el amanecer despacio, a golpe de pincel, lleno todo de sol y de cielo, en medio de la tormenta que oscurece el alma. Cantar una canción alegre cuando las melodías que escucho parecen tristes. Sostener las ilusiones, esas que la vida se empeña en marchitar de vez en cuando. Custodiar los recuerdos que amenazan con irse dejándome el alma hueca. Dibujar una cruz bendita sobre el cielo, señalando el camino, el final de tantos pasos. Sofocar con un grito los miedos del alma, esos miedos guardados que me atan. Saber con certeza que más tarde, o quizá más temprano, saldrá el sol de nuevo en medio de mi día.
Busco la esperanza más allá de los miedos. La confianza de saberme querido en medio del camino. La mano que sostiene mi mano a cada paso. Ese abrazo sincero que el alma tanto echa de menos. La amistad que ilumina mis horas y mi vida. No me canso de amar, quizás por haber sido amado. No tengo las respuestas a todas las preguntas. No quiero ser sabio en respuestas. Prefiero acompañar dolores, acariciar lágrimas. Quiero abrazar con fuerza las almas que contiene mi corazón herido.
Contemplo emocionado la vida que he vivido. Las sombras y las nubes. Los vientos y los fuegos. Sostengo entre los dedos los hilos de mi vida, esa que voy tejiendo de la mano de Dios para que todo encaje. Y levantaré las manos al cielo para dar gracias. Es tanto lo vivido, lo que tengo, lo que he sido, lo que sigo siendo.
Tengo en mi alma un anhelo de infinito. Seguro que fue Dios el que lo puso un día. Siempre brota esa nostalgia de Cielo que consume mis fuerzas. Río y espero a que me abrace ese Dios escondido en medio de mis noches. Calmando mis angustias, levantando mis miedos. Ese Dios que me dice que valgo más que nada y sonríe en silencio. Ese Dios que me ama como a nadie. Vuelvo a abrir la ventana soñando con el día que amanece. Ya ha pasado el tiempo de la noche. Sonrío. El aire se calma. El alma despierta.